Avital y Dean

Avital y Dean

Avital y Dean

Hace veintiún años, me llamó mi editor, Ray Bard. “Roy, un hombre en Denver acaba de comprar 350 copias de tu libro de una librería en Denver y luego me envió un fax con el recibo a mi oficina con una pregunta garabateada en él.”
“¿Cuál era la pregunta?”, le pregunté.
“Él escribió: ‘¿Esto será suficiente para concertar una cita con el autor?’”.
Un par de semanas más tarde, el hombre llegó a Austin en donde pasamos un día hablando de todo sobre la tierra. Me gustó conocerlo.
Esa noche, Pennie preguntó: “¿En qué trabaja?”
Allí es cuando me di cuenta que no conocía casi nada de la vida personal del hombre porque cada vez que le hacía una pregunta acerca de él, él llevaba nuestra conversación por otro camino.
Un par de días más tarde, recibí un correo electrónico de mi amigo misterioso.
“Cancela lo que sea que tengas qué hacer para el 10 de marzo y llega al Gran Salón de Baile del Waldorf-Astoria de Nueva York a las 7pm. Confía en mí.”
No teníamos ni idea de a qué íbamos, pero Pennie y yo decidimos que sería una aventura divertida, así que volamos a Nueva York.
Un pequeño ejército de hombres de seguridad hacía guardia en las puertas del Gran Salon de Baile mientras cientos de tuxedos y guantes de baile largos fluían como agua atravesando el lobby.
Nos dieron un pequeño libro con mi doscientos nombres listados en orden alfabético. Era un esquema de asientos.
Barlett, Donald L. – TIME
Behar, Richard – FORTUNE
Bloomberg, Michael – Bloomberg News
Brady, Ray – CBS
A través de la puerta abierta, vi un plano ártico de copas de cristal y platos blancos sobre manteles prístinos.
Pennie puso su dedo sobre un lugar preciso en la página nueve. “Este es el lugar en donde deberían haber ido nuestros nombres.”
Nos quedamos viendo ese lugar durante mucho tiempo y esperamos que nuestros nombres aparecieran por arte de magia junto a un número de mesa. Una hoja se cayó del librito hacia el piso. La recogí. Era una nota de Bill Clinton, Presidente de los Estados Unidos.
“Pennie”, susurré, “acabo de darme cuenta de algo”.
Ella me vio. Yo continué.
“No había ningún saludo en ese correo. No decía, ‘Queridos Roy y Pennie’. Sólo comenzaba con las palabras ‘cancela lo que tengas’.”
Pennie tenía un signo de interrogación en sus ojos.
“Creo que le dio clic a mi dirección de correo electrónico por equivocación.”
Todo el resto del mundo ya estaba dentro del salón de baile y, nosotros, no lo estábamos de forma evidente.
Pennie se sonrió y dijo: “No hay problema, vamos a cenar en un lugar bonito y luego tengamos un par de días lindos en Nueva York”. No queriendo llamar la atención sobre nosotros, nos comenzamos a mover calladamente hacia la puerta que llevaba a la calle. Allí fue cuando escuchamos un grito. “¿Pennie? ¿Roy?”
Nos quedamos congelados como si nos hubieran apuntado con una lámpara mientras tratábamos de escapar de prisión. Con todo mi corazón esperé que él dijera: “¿Qué están haciendo aquí?”. Pero lo que dijo fue: “¿Tuvieron un buen vuelo?”
Antes que pudiéramos contestar, el aire cantó la canción de una copa de vino a la que le estaban dando golpes repetidos con un cuchillo de mantequilla. Allí fue cuando nuestro amigo tomó la mano de Pennie y dijo: “Síganme”.
Nos llevó a una mesa en el escenario en donde estaban los trofeos que iban a ser entregados. Fue como sentarse sobre el escenario durante los Premios de la Academia.
Pennie y yo éramos los invitados de honor que el Reportero Rodante Rotbart le estaba dando a sus amigos periodistas. El próximo año hizo la fiesta en el piso de la Casa de Bolsas de Nueva York y el siguiente en NASDAQ.
Veintiún años más tarde, cuando su hija Avital necesitaba diseñar un libro para su tesis de la universidad, me ofrecí con gusto para dejarla preparar nuestro libro de guía pospuesto durante tanto tiempo, Los secretos del campus de La Academia del Mago.
Vamos a repartir copias durante nuestra extravaganza del 2 de mayo. El reportero rodante dice que planea estar allí.
¿Vas a estar tú?
Roy H. Williams

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