Mundos externos, mundos internos

Mundos externos, mundos internos

Mundos externos, mundos internos

Experimentamos la maravilla cuando nos damos cuenta de nuestro verdadero tamaño.

En las noches claras, cabalgamos una mota de polvo que gira alrededor de una bola de fuego a 11,000 grados, disparada a través de un vacío sin límites a 52 veces la velocidad de un disparo de rifle.

Y esa bola de fuego

es una entre billones

de bolas de fuego.

Y nuestra galaxia

es una entre billones

de galaxias.

Viendo las estrellas, conocemos nuestro verdadero tamaño.

En los días lluviosos, repasamos los álbumes desteñidos de nuestras mentes, celebrando victorias pequeñas y divertidas, reflexionando acerca de errores pasados, examinando eventos que van a dejar de existir cuando nos vayamos.

Y de nuevo, conocemos nuestro verdadero tamaño.

Jorge Luis Borges habla de su infinito universo interno en El Testigo.

“…el hombre, de niño, ha visto la cara de Woden, el horror divino y la exultación, el torpe ídolo de madera recargado de monedas romanas y de vestiduras pesadas, el sacrificio de caballos, perros y prisioneros. Antes del alba morirá y con él morirán, y no volverán, las últimas imágenes inmediatas de los ritos paganos; el mundo será un poco más pobre cuando este sajón haya muerto.

Hechos que pueblan el espacio y que tocan a su fin cuando alguien se muere pueden maravillarnos, pero una cosa, o un número infinito de cosas, muere en cada agonía, salvo que exista una memoria del universo, como han conjeturado los teósofos. En el tiempo hubo un día que apagó los últimos ojos que vieron a Cristo; la batalla de Junín y el amor de Helena murieron con la muerte de un hombre. ¿Qué morirá conmigo cuando yo muera, qué forma patética o deleznable perderá el mundo? ¿La voz de Macedonio Fernández, la imagen de un caballo colorado en el baldío de Serrano y de Charcas, una barra de azufre en el cajón de un escritorio de caoba?”

Roy Batty, el líder de los replicantes en Blade Runner (1982) habla de su propio universo interno justo antes de morir.

“He visto cosas que ustedes no creerían. Naves de ataque ardiendo justo a la orilla del cinturón de Orión. Vi los rayos C destellar en la oscuridad cerca de la puerta de Tannhauser. Todos esos momentos se perderán en el tiempo, como lágrimas en la lluvia. Es el momento de morir.”

De igual forma, en Las primeras y las últimas cosas de Richard Hoggart, una vieja hace esta observación:

“Desde que Penélope Noakes de Duppas Hill se fue, no queda nadie que me vuelva a llamar Nellie, nunca más.”

Menciono estas cosas porque tú eres el único que pueblas tu universo privado con la gente y los eventos de tu propia escogencia.

Si no te gusta el mundo en el que vives, lo puedes cambiar.

La gente que ocupa el espacio a tu alrededor

pueden escoger estar allí en contra de tu voluntad.

Pero, sólo tú,

controlas quién es

quien ocupa

el terreno

ee tu mente.

Roy H. Williams

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