Santa Caribeño

Santa Caribeño

Hace treinta y cinco años, él patrulló un pedazo de playa del largo de dos campos de futbol en una isla del Caribe de cuyo nombre no puedo acordarme.
Él empujó una carreta llena de hielo mientras se paseaba de un extremo de su imperio al otro, la música en su voz subiendo y bajando sobre el sonido del oleaje.
“Perdón por llegar tarde, pero ya estoy aquí. Lo quieres. Yo lo tengo.”
Su música se detenía seguido. Luego continuaba. Detenía. Continuaba. Detenía.
Finalmente, lo vimos, un diminuto isleño nativo en sus cincuentas, delgado y curtido como cuero de látigo, sus pies desnudos cayendo tan livianos como copos de nieve sobre la arena suave del Caribe.
“Perdón por llegar tarde, pero ya estoy aquí. Lo quieres. Yo lo tengo.”
Su canción se detenía abruptamente cuando miraba que se alzaba una mano.
Corría hacia ese punto con su carreta, le preguntaba a los vacacionistas que les diera el nombre de los tragos que querían.
Yo lo vi durante cierto tiempo. Él era un genio.
Ocasionalmente él buscaba entre el hielo y producía la bebida solicitada, pero usualmente, él sacaba sus manos vacías del agua helada y corría como una bala a su cabaña en el extremo de la playa. Se iba tan rápido que no tenías tiempo de decirle que estabas feliz de aceptar un sustituto.
Regresaba como un reno de Santa, sus pies apenas rozando la arena, con el trago solicitado en la mano, triunfante y orgulloso de no haberte decepcionado.

Una vez, lo vi volar sobre la arena cargando los tragos fríos y pensé que podía escuchar los cascabeles del trineo.
“Más rápido que águilas vinieron sus renos,
Y él silbaba y gritaba y les llamaba por nombre:
‘¡Ahora Dasher! ¡Ahora Dancer! ¡Ahora Prancer y Vixen!
¡Sigamos Comet! ¡Sigamos Cupid! ¡Sigamos Donner y Blitzen!’”
Allí fue cuando lo entendí: “Estos canción y baile arenosas son el lugar de espectáculo que nos da en su magnífica taverna sin techo. Está ganando una fortuna en propinas y se gana hasta el último centavo.”
Lo observé el tiempo suficiente para decodificar sus métodos: si sospechaba que los vacacionistas se sentían con derechos y nerviosos, él inmediatamente sacaba sus tragos del hielo, aceptaba su dinero y continuaba su canción feliz.
“Perdón por llegar tarde, pero ya estoy aquí. Lo quieres. Yo lo tengo.”
Me sentí honrado cuando no pudo encontrar nuestros tragos. Pennie y yo nos sonreímos mientras él corría sobre la arena y regresaba con ellos 90 segundos más tarde.
Un minuto después de eso, nos volvimos a sonreír cuando lo vimos sacar esos mismos tragos del hielo para servírselos a una infeliz pareja a 10 metros de distancia.
Como dije, el hombre era un genio.
Cuando una persona desagradable demanda mi atención y yo me siento inclinado a enseñarles el dedo que llevo en medio de la mano, me recuerdo de ese isleño feliz y esbelto y me digo a mí mismo que allí sigue, sus manos en el hielo, sus pies descalzos cayendo como copos de nieve sobre la suave arena caribeña.
Roy H. Williams

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