Montar el elefante blanco

Montar el elefante blanco

Montar el elefante blanco
La generación de hombres de Oklahoma a la que pertenezco tiene la inexplicable tradición de molestar a sus amigos sin piedad. Es una tradición tonta. Yo lo sé, pero estas son las reglas:
Sólo molestamos a nuestros amigos más cercanos. Decirle a extraños el tipo de cosas que les decimos a nuestros amigos sería invitarlos a una pelea a puño limpio.
Mientras más exagerada y sin fundamento sea la acusación, más divertida es.
Nunca molestamos diciendo cosas que pudieran posiblemente percibirse como ciertas. En otras palabras, si crees que los que estás diciendo pudiera contener un grano de verdad — aún uno minúsculo — ya no estás siendo divertido, estás siendo un bravucón y un pendejo.
Mi amigo Ken es dueño de una compañía de plomería en otro estado. Así que cuando me mandó un video de su nuevo inodoro de $7,000, comencé a molestarlo sin piedad acerca de lo que ese inodoro decía acerca de él como hombre. Ese inodoro high-tech se convirtió en el eje de un sube-y-baja de parque de diversiones de niños sobre el que yo podía saltar cuando él menos se lo esperaba y mandarlo a volar por el cielo dando vueltas.
Simplemente no hay en dónde esconderte cuando tus amigos te pueden preguntar acerca de tu inodoro pretencioso en los momentos menos esperados y las maneras menos esperadas.
Un día hubo un golpe a la puerta: “¿Usted es Roy Williams?”
“Sí.”
“Firme aquí.”
Oh-oh. Ken me había mandado un inodoro pretencioso para mí. Antes que pudiera esconderlo, lo vio Pennie y le gustó. “Pero es demasiado bonito para esta casa”, dijo ella.
“¿Estás diciendo que esta casa no es digna de un inodoro como este?”
Ella me vio y asintió: “Sí, eso es exactamente lo que estoy diciendo.”
Amigos, no se pueden imaginar la clase de mejoras que se requieren cuando te regalan un inodoro pretencioso.
Me recordó la historia del Rey de Siam quien le daba elefantes blancos como un regalo pasivo-agresivo a cualquiera que le disgustara. Los elefantes blancos son escasos y eran considerados sagrados en Siam, así que la gente estaba obligada a tratarlos con cuidados especiales y darles de comer comida cara y nunca usarlos para trabajar. El regalo de un elefante blanco imponía una carga financiera gigantesca sobre la persona que recibía uno y por supuesto nunca podías vender el elefante, bajo pena de parecer malagradecido.
Síp, lo que me habían dado era un elefante blanco.
Evidently, Ken grew up in a state where young boys know how to jump on the teeter-totter, too.
Nunca he montado el elefante porque, sinceramente, me da miedo.
Siempre les explico a los invitados que quieren montar mi elefante blanco que deben aproximarse a él con reverencia cuando emprenden el viaje a presentarse ante él. El elefante entonces se arrodillará para permitirles montarlo mientras la música de ángeles flota por el cuarto y una luz extraña comienza a brillar.
Prometo que no estoy inventándome esto.
Mi amigo Manley Miller una vez se quedó toda la noche jugando con el control remoto para poder aprender todos los trucos del elefante. Cuando Manley nos contó a Pennie y a mí acerca de sus escapadas con el elefante a la mañana siguiente, me di cuenta que mi amigo Ken me había ganado en mi propio juego.
Evidentemente, Ken creció en un estado en donde los niños también saben cómo saltar sobre el sube-y-baja.
Roy H. Williams

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