Un intento sincero de entender

Un intento sincero de entender

En 1947 un noruego tuvo curiosidad de ver si era posible que nativos de América del Sur estuvieran navegaran en una balsa durante 4,300 millas a través del Océano Pacífico para poblar las islas de la Polinesia.
La pregunta de quién pobló la Polinesia no era importante para nadie más que para Thor Heyerdahl.
Él comienza su libro bestseller de 1950 con estas palabras:
“Una que otra vez te encuentras en una situación extraña. Te metes en ella por grados y en la forma más natural pero, cuando estás justo en medio de ella, te sorprende de pronto y te preguntas a ti mismo cómo es posible que haya sucedido. Si, por ejemplo, te embarcas en el mar en una balsa de madera con un perico y cinco compañeros, es inevitable que tarde o temprano vas a despertar una mañana en el mar, tal vez un poco mejor descansado que de ordinario y comenzarás a pensarlo. Una de esas mañanas estaba sentado escribiendo en una bitácora húmeda de rocío…”
La evidencia de ADN probó que la teoría de Heyerdahl era incorrecta. Hoy sabemos con certeza que la Polinesia no fue poblada por suramericanos, sino que por asiáticos.
Pero a mí todavía me cae bien Thor Heyerdahl. Él quería saber si los suramericanos podían haber realizado esa travesía, así que construyó una balsa utilizando únicamente las herramientas y materiales disponibles en tiempos prehistóricos, se alejó de la seguridad suave de la orilla y tuvo una aventura maravillosa.
Ya no hacemos ese tipo de cosas, pero me gustaría que lo hiciéramos.
Ya no nos embarcamos para experimentar — con una mente abierta — las vidas de las personas que son distintas a nosotros. Ya no estamos dispuestos a “caminar una milla en sus zapatos” para que así podamos entenderles mejor. Lo que hacemos es buscar evidencia que nuestra propia perspectiva es la correcta y que todas las demás están equivocadas.
Nos ayudan en esta búsqueda impura, los algoritmos en el internet y las organizaciones de noticias con una sola tendencia que nos dicen exactamente lo que queremos escuchar.
Me cae bien Thor Heyerdahl y me cae bien John Howard Griffin.
Al igual que yo, John Howard Griffin nació en Dallas, Tejas, pero él llegó allí 38 años antes que yo.
Dos años antes que los Estados Unidos entraran en la Segunda Guerra Mundial, John Howard Griffin de 19 años se unió a la Resistencia Francesa como médico y ayudó a contrabandear judíos austriacos llevándolos a resguardo y libertad en Inglaterra.
Cuando los Estados Unidos entró oficialmente en esa guerra, Griffin sirvió en el ejército de los Estados Unidos en el Pacífico Sur en donde fue condecorado por valentía.
Conserva esa característica en la mente: valentía.
Mientras servía en las Islas Salomónicas, Griffin contrajo paludismo espinal el que lo dejó temporalmente parapléjico. Y luego una conmoción causada por una bomba japonesa hizo que se quedara ciego.
Once años más tarde, en 1957, su vista regresó sin explicación y allí es cuando comenzó la verdadera aventura.
Los Estados Unidos entonces estaba en guerra con sí mismos. La batalla de los derechos civiles era una olla hirviendo sobre una estufa en llamas, así que John Howard Griffin se afeitó la cabeza para ocultar su cabello lacio, tomó grandes cantidades de Oxsoralen en 1959 para oscurecerse la piel y pasó seis semanas viajando como un hombre negro en el sur profundo. Comenzó en Nueva Orleans, luego visitó Mississippi, Carolina del Sur y Georgia, moviéndose principalmente pidiendo aventón.
Cuando yo era joven, leí el libro de John Howard Griffin acerca de sus experiencias como un hombre negro y lo sentí con un diario sincero y directo. Muchas personas sintieron otra cosa, por supuesto, así que el Ku Klux Klan casi lo mata de una paliza en 1975. Y así va.*
Evidentemente, es más seguro estar a la deriva 4,300 millas a través del Pacífico en una balsa prehistórica que hablar acerca de razas en los Estados Unidos.
Roy H. Williams
*Escribí esas palabras — la frase favorita de Kurt Vonnegut — porque lo escuché diciéndola en mi mente después de escribir la frase anterior.

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