Como sea que haya quedado

Como sea que haya quedado

Como sea que haya quedado

Son las 3AM de la madrugada de un jueves y aún he escrito el Memo del Lunes por la Mañana. De hecho, ni siquiera lo he empezado.
El que estés leyéndolo en este momento quiere decir que, al final, sí lo hice, como sea que haya quedado.
Leer es una forma de transporte que te lleva a un lugar y tiempo distintos.
Estás conmigo a las 3AM mientras trato de pensar en algo que te entretenga. Sigo preguntándote qué es lo que te gustaría leer y tú sigues sin responderme.
“Escribe lo que quieras”, me dices.
A las 4:46AM miras mientras visito la página del Memo del Lunes por la Mañana para ver cuál de las 5,394 citas aleatorias va a aparecer en la pantalla para inspirarme.
“Una espada mantiene a la otra en su vaina.” — George Herbert (1593—1633)
Es un pensamiento interesante.
Supongo que George Herbert era un hombre del ejército, pero decido buscarlo en Google para asegurarme. Mientras tecleo su nombre y año de nacimiento en la barra de búsqueda de Google, me pregunto: “¿Cómo sería vivir en un mundo en donde todos van armados todo el tiempo? ¿Será que una espada mantendría a la otra en su vaina?”
Indy Beagle abre un ojo y dice suave: “No quieres apostarle a tu perro en esa pelea. Piensa en algo más.” Y luego se vuelve a dormir.
Un contemporáneo de Shakespeare, ¡George Herbert fue un famoso poeta metafísico y sacerdote de la Iglesia de Inglaterra! Nació en una familia artística y adinerada, comenzó a recibir clases en Trinity College en Cambridge en 1609 y fue reconocido como un orador excepcional por nada menos que el Rey Jacobo I. Sí, el Rey Jacobo de la Biblia del Rey Jacobo de 1611, ese Rey Jacobo.
George Herbert fue electo al Parlamento en 1624.
Ahora estamos en Inglaterra hace 397 mientras Google, nuestro guía turístico, nos dice más acerca del hombre que dijo: “Una espada mantiene a la otra en su vaina”.
“Después de la muerte del Rey Jacobo, Herbert renovó su interés en entrar a la iglesia. Abandonó sus ambiciones seculares en sus treintas y fue ordenado como sacerdote a la Iglesia de Inglaterra, pasando el resto de su vida como el rector de una parroquia rural en Fugglestone St Peter, justo en las afueras de Salisbury. Fue famoso por su atención infalible hacia sus parroquianos, llevándoles los sacramentos cuando estaban enfermos y proveyendo de comida y ropa a los necesitados. Henry Vaughn lo llamó — cito — ‘un santo muy glorioso y visionario’. Él nunca fue un hombre rico y murió de tisis a los 39 años.”
¿A todo esto, quién era Henry Vaughn y qué es la tisis?
He oído hablar de ella toda mi vida.
¡Ah! ¡Tisis es como le decían a la tuberculosis! ¿Quién lo hubiera dicho?
Henry Vaughn era otro poeta metafísico y doctor.
(Bostezo)
Habiendo exprimido la última gota de miel de la historia de “Una espada mantiene a la otra en su vaina”, tú y yo decidimos pasear alrededor de Cambridge de 1609, el año en que George Herbert entró al Trinity College y saltó a la atención del Rey Jacobo. Indy Beagle, al escuchar de nuestra travesía, decide venir con nosotros.
Nos encaminamos primero hacia El Águila y el Infante, una taverna en Cambridge frecuentada por William Shakespeare. Los locales le llaman El Ave y el Bebé. Se asienta en el lado opuesto del edificio más antiguo de Cambridgeshire, la torre de iglesia sajona de St Bene que data alrededor de 1025. Una taverna ha estado aquí desde 1353, famosa por vender cerveza a “tres galones por centavo”.
Le pregunto al cantinero si conoce a un joven llamado George Herbert. Sin levantar la vista, niega con la cabeza.
Atrás mío, escucho a Indy decir: “¿Te puedo invitar a una pinta?”
Shakespeare está sentado solo en una mesa cubierta de papeles llenos de tinta.
“Siéntense”, dice Shakespeare, mientras sirve vino de una jarra en tres copas de madera. Las copas se derraman un poco mientras las desliza al otro lado de la mesa. Mira hacia los papeles. “Esta nueva obra que escribo es una mierda.”
Indy se inclina hacia mí y me susurra al oído: “Cimbelina”.
“Comenzó como una tragedia pero ahora emerge una comedia. Siguiendo de cerca los pasos de Julio César, Hamlet y el Rey Lear, la audiencia no va a saber qué pensar.” Quita la pila de papeles de la mesa y los tira al suelo a la par suya. Levantando la jarra vacía, grita: “¡Ya no queremos más de este tinto rancio! ¡Mis amigos insisten en tener el buen italiano!”
El tinto italiano definitivamente estaba mejor; tan bueno, de hecho, Indy y yo no recordamos haber salido de la taverna.
¿Tú recuerdas qué sucedió?
Si es así, mándale la historia a indy@wizardofads.com
Él y yo quisiéramos leerla.
Roy H. Williams

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