
Dwight D. Eisenhower nació en Denison, Tejas, en 1890. Fue presidente de los Estados Unidos cuando yo nací en Dallas, Tejas, 68 años después.
La gente me decía “Pequeño Roy”. La gente le decía “Ike”.
Me preocupa que se hayan olvidado de él.
Ike Eisenhower se graduó de la Academia Militar de los Estados Unidos en 1915 cuando tenía 24 años. Su superiores se fijaron en sus habilidades de organización y lo designaron comandante de un centro de entrenamiento de tanques durante la Primera Guerra Mundial.
En 1933, se convirtió en asistente del General Jefe de Personal del Ejército Douglas MacArthur y, en 1935, Ike fue con él a las Filipinas cuando MacArthur aceptó el puesto de consejero principal del ejército del gobierno de esa nación.
El 25 de junio de 1942, Ike Eisenhower fue electo entre 366 oficiales superiores para dirigir las fuerzas armadas de los Estados Unidos en la Segunda Guerra Mundial.
Después de desempeñarse con éxito en los campos de batalla de África del Norte e Italia en 1942 y 1943, Ike Eisenhower fue designado como comandante supremo de la Operación Jefe Supremo — la invasión de los aliados del noroeste de Europa.
Allí, Ike estaba comandando las fuerzas armadas de los 49 países aliados — incluyendo Gran Bretaña, la Unión Soviética y China — en la guerra en contra de Hitler y sus esbirros. Él planifico personalmente y supervisó dos de las campañas militares más trascendentes de la Segunda Guerra Mundial: Operación Antorcha en la campaña del Norte de África en 1942-1943 y la invasión de Normandía en 1944.
Ike Eisenhower nunca habló como un bravucón, pero sólo un tonto lo hubiera llamado jamás “débil”.
Este pasado julio, Robert Reich — un vocero de la izquierda elocuente e inteligente — citó un pasaje de un discurso anti guerra que hizo Ike Eisenhower al principio de su presidencia en 1953. Reich terminó su cita justo antes de la inquietante referencia de Ike a la crucifixión de Cristo.
La gente elocuente e inteligente de la derecha se rehusaron a creen que un guerrero celebrado hubiera jamás hecho un discurso que pudiera clasificarse como “anti guerra”.
Curioso, decidí llegar al fondo del asunto.
Aquí hay un link a la transcripción completa y grabación original del discurso que el Presidente Dwight D. Eisenhower hizo delante de la Asociación Norteamericana de Editores de Periódicos el 16 de abril de 1953, en el Hotel Statler en Washington, D.C.
Este es el pasaje de ese discurso que alebrestó a todo el mundo:
“Cada arma que se fabrica, cada buque de guerra que se lanza, cada misil que se dispara significa, en el sentido último, un robo a aquellos que tienen hambre y no son alimentados, a aquellos que tienen frío y no son vestidos.
Este mundo armado no está gastando solamente dinero.
Está gastando el sudor de sus trabajadores, el genio de sus científicos, la esperanza de sus niños.
El costo de un bombardero pesado moderno es este: una escuela moderna de ladrillo en más de 30 ciudades.
Es dos plantas eléctricas, cada una dándole servicio a una población de 60,000.
Son dos hospitales magníficos, completamente equipados, son 50 millas de pavimento de concreto.
Pagamos por un único avión de combate con medio millón de cubetas de trigo.
Pagamos por un único destructor con nuevas casas que hubieran podido dar morada a más de 8,000 personas.
Esta es, repito, la mejor forma de vida que se encuentra en el camino que ha tomado el mundo.
Esta no es una forma de vida, pera nada, en ningún verdadero sentido. Bajo la nube de la amenaza de guerra, es la humanidad colgada de una cruz de hierro.”
El título de ese discurso era originalmente “Oportunidad para la paz”, pero debido a la vívida imagen mental contenida en la mitad del discurso, fue conocido rápidamente como el discurso de “La cruz de hierro”.
Las palabras tienen impacto cuando contienen imágenes mentales vívidas.
Yo poseo armas, pero no soy un cazador. Ni mi familia ni mis amigos jamás ha visto mis armas. Pero en la poco probable eventualidad de una invasión de mi hogar, estoy adecuadamente preparado para proteger a las personas que amo.
Trabajando en una fábrica de hierro pesado desde los 14 años, pasé mis años formativos rodeado de hombres violentos que eran más viejos, más grandes y más fuertes que yo, pero yo nunca les tuve miedo. Ocasionalmente pagué a precio de sangre mi falta de miedo, pero nunca me arrepentí de ser desafiante.
El general John Tecumseh Sherman era un hombre familiarizado con la violencia. En 1864, cuando estaba destrozando Atlanta durante la Guerra Civil, Sherman le escribió una carta a un amigo en la que decía:
“Estoy harto de la guerra. Toda su gloria es un espejismo. Son tan solo aquellos que nunca han disparado un arma ni escuchado los gritos y gemidos de los heridos que gritan a todo pulmón reclamando sangre, venganza, desolación.”
Me cae bien Ike.
También me cae bien John McCain, quien pasó cinco años y medio como prisionero de guerra en Vietnam del Norte. Dando un discurso en la Academia Naval de los Estados Unidos en 1999, McCain dijo:
“Nada, ni el valor con la que se pelea ni la nobleza de la causa que sirve, puede glorificar la guerra. La guerra es miserable más allá de toda descripción y sólo un tonto o un fraude podría ponerse sentimental con su cruel realidad.”
Basado en su discurso al liderazgo de las fuerzas armadas de los Estados Unidos, no estoy seguro que me caiga bien el actual Secretario de la Guerra.
He observado que los hombres que han experimentado la violencia real son reacios a hablar del asunto. Están preparados a tomar acción decisiva cuando deben hacerlo, pero dejan los discursos de bravucones a peores hombres.
Roy H. Williams