Recuerdos de Percy

Recuerdos de Percy

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Recuerdos de Percy

Sus regalos no demostraban que fuera rico. Sus regalos demostraban que se interesaba. Y lo pequeño de sus regalos demostraba que yo podía interesarme también.

Mi larga amistad con Percy comenzó hace exactamente 30 años cuando lo vi en la portada de una revista que estaba sobre una mesita en la casa de un amigo. Él era un caballero sonriente sentado sobre un escritorio lleno de pilas de dinero. El título decía: “¿Por Qué Está Percy Ross Regalando US$20,000,000?”

En la nota principal, el autor Steven Kaplan explicaba cómo Percy Ross contrató un pequeño grupo de personas para que leyeran las 4,000 cartas que recibía cada semana pidiéndole ayuda financiera. Algunas de estas cartas eran publicadas cada semana – junto con su respuesta – en los 800+ periódicos que llevaban su columna sindicada: “Un Millón de Gracias”.

El párrafo 38 citaba a Percy diciendo que había contratado a dos grandes firmas de publicidad para ayudarlo a convertir su columna en un programa de radio, sólo para que ambas le dijeran que no eso no era factible.

A la semana siguiente de leer esa historia, sus lectores tuvieron que nadar entre 4,001 cartas porque decidí agregar la mía propia a la montaña.

“Sr. Ross, no quiero ni necesito de su dinero, pero leí en la revista Robb Report que usted quería sindicar un programa de radio. Yo he hecho esto ya 4 veces, por lo que estoy familiarizado con los problemas que tuvo su gente y yo conozco la forma de esquivar todos esos problemas. Llámeme a su conveniencia y le diré todo lo que necesita saber. ¡Espero escucharlo pronto en la radio!”

Recibí una llamada y un pasaje de avió a Minneapolis. Percy me recogió en el aeropuerto y mientras caminábamos juntos hacia su carro le dije:

“Sr. Ross, en aproximadamente una hora y media usted va a saber todo lo que necesita para tener “Un Millón de Gracias” en varios cientos de estaciones de radio, de gratis. De hecho, usted debería de ganar unas cuantas decenas de miles de dólares al mes de la misma. Lo que necesito que entienda es que yo estoy completamente consciente que estoy a punto de hacerme obsoleto. Usted no sólo no va a necesitar contratarme, tampoco va a necesitar contratar a nadie más.”

“¿Por qué está haciendo eso?”, preguntó él.

“Si esta fuera la única idea valiosa que jamás fuera a tener, haría lo que fuera por monetizarla. Pero me parece que cada uno de nosotros se encuentra con oportunidades más valiosas en un sólo día de las que pudiéramos perseguir en una vida. Pero hoy no se trata de trabajo. Hoy sólo lo estoy ayudando a usted a ayudar a otros.”

Cinco, seis, siete, ocho, nueve pasos y todavía Percy no había dicho nada. Entonces vi hacia mi izquierda.

Dándome la vuelta, lo vi parado en silencio en el parqueo, viéndome fijamente. Se había quedado quieto mientras yo hablaba. Nos quedamos viéndonos el uno al otro por un momento, luego él dijo:

“¿Cuántos años tienes, hijo?”

“Veintiocho, señor.”

“Yo tenía cincuenta cuando descubrí eso.”

Aproximadamente 90 minutos más tarde, Percy me dijo con una sonrisa:

“Roy, estoy muy contento que me hayas dicho lo que me dijiste en el parqueo del aeropuerto, porque si no lo hubieras hecho, en este instante estaría pensando que eras el joven más ingenuo y descuidado sobre la faz de la tierra. ¡Tenías razón! No necesito de la ayuda de nadie para hacer esto. Ni siquiera de la tuya. Me has dado algo que traté de comprar y no pude. Y eso no me sucede muy seguido.”

En el término de 6 meses, Percy estaba en 584 estaciones de radio de gratis, incluyendo WNBC en Nueva York, una estación cuyos anuncios se vendían a US$1,000 hace 30 años. Cuando Percy murió el 10 de noviembre del 2001, su obituario en el Los Angeles Times comenzó con estas palabras:

“Percy Ross, el hijo del comprador de chatarra de Minnesota que hizo y perdió 3 fortunas pero que encontró su mayor felicidad en regalar dólares de plata del dinero que se quedaba mientras sonreía para las cámaras, ha muerto. Tenía 84 años.

Ross, autor de la columna de consejos y dinero “Un Millón de Gracias” de 1983 a 1999 y anfitrión de un programa de radio complementario, murió de causas naturales el 10 de noviembre en su casa en Minneapolis.

Ross, quien frecuentemente entregaba personalmente los cheques, daba US$200 o US$300 para reparar un techo con goteras, remplazar un brazo artificial robado o comprar ropa interior nueva a una señora mayor a quien le daba vergüenza morir en su ropa interior vieja. Le daba libremente un dólar de plata a cualquiera que lo entrevistara o fotografiara y a varios que le escribían.

Pero no se guardaba palabras para rechazar solicitudes de pagar la renta, cuentas médicas y de servicios o deudas de tarjetas de crédito – todo ello cosas que él creía que debía pagar el deudor por sí mismo.

“¿Conoces mi lema, verdad?”, le dijo al entrevistador del Times en 1987. “El que da mientras vive sabe a dónde va… Yo me estoy gozando mi vida.”

Mi recuerdo favorito de Percy fue su respuesta a una mujer que le contó de su mamá mayor empobrecida que tenía nueve hijos adultos, todos igual de pobres que ella.

“El único placer de Mamá es cultivar flores pero no lo puede hacer en el invierno. Justo ahora la tienda tiene un juego de invernadero por tan solo US$400 y mis hermanos se lo podrían construir en el patio de atrás si tan solo usted se lo comprara.”

La respuesta de Percy no tenía precio:

“¡Sí! ¡Tu madre se merece ese invernadero y yo quiero que lo tenga! Voy a hacer como que ella tiene 10 hijos y yo soy en número 10. Definitivamente quiero que Mamá tenga ese invernadero, pero nunca en mi vida he conocido a alguien en los Estados Unidos que no pueda juntar 40 dólares para Mamá. Adjunto mis 40. Por favor dile a los demás que vamos a poder comprarle el invernadero a Mamá tan pronto como ellos contribuyan con 40 dólares cada uno.”

Percy se fue hace 15 años, pero es rara la semana en la que no piense en él y sonría.

Lo que me enseñó Percy es que cada uno de nosotros – sin importar el poco dinero que tengamos – podemos llevarle alegría y tranquilidad a otros, si tan sólo nos tomamos el tiempo de interesarnos.

Haz que tu luz brille en la oscuridad. 

Roy H. Williams

 


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